Es sorprendente cómo a veces las certezas más grandes y terribles de nuestra existencia vienen a veces presentadas por los hechos más intrascendentes. A veces, desearíamos estar más lejanos del pasado de lo que en realidad estamos, inconscientes de que, hagamos lo que hagamos, los hechos ya acontecidos son como un estigma indeleble tatuados en nuestros edificios, nuestra sociedad, y en nosotros mismos. Somos hijos de nuestro pasado, presos de la cárcel de la historia, y no podemos escapar. Non plus ultra.
Viendo la película La caja de música, una impresionante película del no menos impresionante director francogriego Constantin Costa Gavras, llegó hasta mi una de esas revelaciones que resultan mucho más iconoclastas cuanto más simples son. Mientras la protagonista, Jessica Lange, pasea meditabunda, dudosa (¿es su padre culpable de esos pavorosos crímenes de guerra? ¿es inocente? ¿y las pruebas? ¿en qué parte del trayecto deja de ser duda razonable para entrar en el campo de la horrible sospecha?) entre los pilares suspensorios del Lánchid, el Puente de las Cadenas húngaro, puente que -anteriormente- se nos ha presentado como escenario de numerosos horrores. Un hermoso puente, moderno, construcción del siglo XIX, a caballo entre la recia construcción tradicional de piedra y la vanguardista arquitectura del metal templado, hogar de fusilamientos, torturas. Violaciones con pedazos de cristal afilados. Familias enteras ahogadas en las aguas de un Danubio que Johann Strauss definió como azul y hermoso. Lágrimas, sangre; pedazos de masa encefálica calcificada manchan las piedras del puente. En ese momento un pensamiento claro, cristalino, atravesó mi mente.
"Yo he estado allí"
Un torrente de confusas sensaciones inundó mi cerebro. Podía ver a las familias enteras, unidas en un abrazo metálico por el alambre de espino, escarificando la piel de aquellos situados en la periferia. Los sollozos, las lágrimas, las miradas huidizas y aterradas, esquivando el rostro del gris verdugo que sonríe con indolencia con la muerte en la mano. Pensando, rogando y pidiendo que la bala no estuviera destinada a su cabeza, que fuera el de la derecha, o el de la izquierda, su destinatario, y odiándose por ellos. Deseando poder salvar a su hijo, evitar el aciago destino que le aguardaba a lo único que el mundo todavía no le había arrebatado. El cañón de la pistola, negro, extendiéndose despectivamente hacia delante, como un insulto a la existencia, escupiéndole a la cara a su terror e impotencia. Suena un estallido. Bang. El aire huele a pólvora y cordita, el detonador aún apesta a quemado en el ambiente. En tu mejilla , una sensación líquida ha empezado a fluir, no te giras, y no deseas saber si es sangre, lágrimas, o una combinación de ambas. Los espasmos de terror, antes controlables, ahora hacen su aparición, rotas las barreras del autocontrol. Suenan dos estallidos más. Bang, bang. El soldado baja su arma, aún humeante; intercambia fanfarronadas entre sus camaradas en un idioma incomprensible. Se le piensa mejor: levanta de nuevo el cañón, aprieta el gatillo, una víctima más. Una mujer empieza a gritar al cielo, pidiendo ayuda a un Dios que no contesta. Como respuesta, Dios envía la bota de uno de los soldados de uniforme gris.
La caída parece desarrollarse con parsimonia, como si el bulto humano atravesara un depósito de almíbar. La barandilla del puente se aleja a cada segundo, con ella los rostros burlones de los ejecutores. El río da una húmeda bienvenida, arrastrando a los supervivientes a su tenebroso fondo; unas solitarias burbujas de aire se separan del lastre desaparecido: las oleaginosas aguas se lo han tragado. En el horizonte, las llamas acarician un cielo plomizo, mientras este escupe bombas sobre los edificios intactos.
Todas estas imágenes cruzaron fugazmente mi mente. Y, repentinamente, tuve mucho frío.
Saludos desde OK Corral.
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3 comentarios:
¡Qué razón tienes! El pasado rige nuestras vidas y no nos permite dejarlo atrás. Si lo hiciéramos, volveríamos a cometer los mismos errores una y otra vez.
como Benedetti dice en uno de sus pensamientos plasmados en papel:
"el olvido esta lleno de memoria, que a veces no caben las remembrenzas y hay que tirar rencores por la borda,
en el fondo es un gran simulacro... nadie puede, ni sabe aunque quiera.. olvidar."
el pasado es parte de nuestras vidas, y estemos donde estemos, simpre lo vamos a llevar con nosotros!!
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