jueves, diciembre 14, 2006

Citas (VII)



"Las leyes son como las telarañas,ya que si algo indefenso e insignificante cae en ellas, lo atrapan con fuerza, pero si cae algo grande en ellas, rompe la trampa y escapa."
(Anacarsis el Escita, filósofo)

...And Justice for All

(Música del Día: Metallica - Eye of the Beholder)

Murió en la cama. Rodeado de sus seres queridos. Sus ojos, engarzados en un semblante pacífico y reposado, se apagaron, con la dulzura de los que son recogidos de su lecho sin complicaciones y por muerte natural.

Sus detractores se alegran. Claman al cielo porque por fin la gran igualadora se lo ha llevado, por fin recibirá su merecido en la otra vida, hasta el último momento rodeado de un círculo de halcones con forma de jueces buscando procesarlo por toda la carroña que vertió sobre el mundo, y que hasta el último momento de su vida sufrió la intranquilidad de saber que podría ser levado a prisión. Que su alma murió inmersa en el nerviosisimo y la incertidumbre.

Yo digo que es un día nefasto. Que es insuficiente. No creo en un alma inmortal, ni en su pervivencia más allá de esta vida; no puedo confiar en algún supuesto tormento que recibirá para expiar sus muchos desmanes. En ese aspecto los creyentes tienen más suerte que yo. Él ha tenido el privilegio de morir rodeado de hijos y nietos (que no han tardado en hacer apologética de las acciones de su progenitor, invocando el tradicional contubernio marxista/ leninista/ judeomasónico que en este país deberíamos conocer tan bien), mientras que el único abrazo que recibieron los integrantes de las Caravanas de la Muerte fue la jubilosa superficie del mar que se abalanzaba sobre ellos una vez fuera del helicóptero. La única compañía, peces y crustáceos que se dirigieron rápidamente al banquete que representaban sus cuerpos tumefactos e hinchados.

Alguien como él no tendría que haber muerto así. Alguien como él tendría que haber visto sus últimos días encarando la vergüenza de un juicio, el alejamiento de los familiares, la reducción al mínimo común denominador como el resto de reos. Como se dice vulgarmente, pudriendose en la cárcel; gritando por todos aquellos silenciados cuyas gargantas estallaron, llorando por todos aquellos cuyos ojos fueron arrancados, con sus postrimerías acosadas por los fantasmas de los miles de represaliados y asesinados, Ed Horman requieriendo desesperado el cadáver de su hijo y los dedos y la lengua de Victor Jara. Un colofón adecuado para sus memorias, unas memorias en las que subyace, y subyacerá, la idea de que los poderosos son intocables. La situación se repitió hace 8 años, cuando por fin parecía que sus actos le alcanzaban, cuando fue retenido y arrestado en nuestro suelo, a pesar de su carácter de cónsul vitalicio. Fue un buen momento para sentirse orgullos de haber nacido en el mismo suelo que pisaba Garzón.

El orgullo duró poco. El caso incomodó al Gobierno de aquel entonces. Por aquel entonces no había ningún Zapatero al que echarle las culpas, pero dio igual; la patata caliente pasó de mano a mano, espoleada por las excusas médicas dadas por el acusado. Nuestra querida y anglosajona Maggie, defensora a ultranza de la libertad y la justicia allá por donde pasara, también metió baza; toda la que pudo. No se olvidó del apoyó que le otorgó durante las Malvinas. La bajada de pantalones de nuestro gobierno ante la gran polla inglesa debería ser recordada con vergüenza aún en el día de hoy. Escapó. Y esta vez ha escapado de nuevo, y definitivamente.

Hoy la justicia ha perdido un poco más de su ya de por sí violado significado. Hoy el alma del hombre, si tal concepto puede realmente existir, se ennegrece un poco más; su conciencia tacha mentalmente una casilla más en la columna de "cosas que dejé por hacer", y el poderoso ha ganado la partida una vez más, aunque sea de manera pírrica. Jamás entenderé las reticencias de algunos pensadores acerca de la supuesta "dictadura de las minorías" que instaura algunas clase de democracias; vivimos inmersa en una desde que se formó la primera sociedad.

La última lección que nos legó Augusto José Ramón Pinochet Ugarte es que los tiranos siempre dispondrán del derecho de morir en su cama.

Saludos desde OK Corral.