En ocasiones he expresado el desencanto (más bien asco) que me produce el ser humano como especimen evolutivo en general. Jamás llegaré a entender cual es la función de un sistema moral y de valores en un organismo equipado con la misma tecnología punta en instintos de rapiña que la hiena media, a no ser que sirva como una retorcida y particularmente basta herramienta de selección natural; una manera para diferenciar a los que se guían por los cánones de su propio bienestar y los que prefieren tener un miras un poco más amplias. Fuertes y débiles; más aptos o menos; o como digo yo, listos y gilipollas. No es de extrañar que se den tantas divergencias, psicosis, taras y alteraciones varias en muchos seres humanos; la capacdad de la psique para contener moralidad, instintos, reglas sociales que nos inventamos para alejarnos lo más que podemos de nuestros primos menos evolucionados y, en algunos casos, normativas religiosas, tiene un límite. Cuando el dique se presiona demasiado, revienta... y deja fluir la corriente en el sentido que llevaba antes de la implantación de unas barreras artificiales socialmente aceptables. Decía Hobbes que homo homini lupus est, pero se equivocaba. El hombre es la mayor plaga vírica que azota a esta pelota de barro soldificada que flota a 150 millones de kilómetros de un reactor nuclear de varios millones de kilómetros de diámetro. Como diría Ellen Ripley, "no sé cuál especie es peor. Al menos ellos no se matan por un porcentaje".
Si alguien se extraña de que ahora me encuentre en un humor tan sombrío, podría entenderlo si se hiciera un favor a si mismo y fuera al cine a ver esa clarificadora y descarnada película que es "El Señor de la Guerra". Si hay algún fulano despistado que todavía no sabe de qué va la película, aquí va una breve sinopsis: Yuri Orlov es un traficante de armas. Su oficio es ese: vender mil maneras de despedazarse a dos partes implicadas deseosas de arrancarse las tripas a bocados si hiciera falta. Cualquiera podría pensar que se trata de un hijoputa de tomo y lomo, pero lo cierto es que no. Es un tipo majo, simpático, del tipo con el que intercambiar una conversación y un par de copas en el bar del aeropuerto que te lleva a casa de nuevo. Un hombre amante de su familia, que idolatra a su mujer y que se horroriza ante la idea de que su hijo juegue con pistolas de juguete. Un tipo majo, como decíamos. Para él, su trabajo es una forma como otra cualquiera de ganarse la vida; en sus propias palabras, simplemente está supliendo una de las necesidades básicas del ser humano. La de abrirle la cabeza al vecino cada vez que te birla una jugosa hembra, o pisotea tus terrenos, o toca lo que es tuyo, o te mira mal, o es más feo que tú, o... No importa, la cuestión es dar rienda suelta a todos tus deseos atávicos de muerte y destrucción. Thanatos. Y Yuri Orolov es bueno en ello.
La película no se limita a dar un día a día concienzudo de las actividades de Yuri, más bien se esfuerza en reflejar su auge y su caída. Su primera venta de armas (que él cínicamente compara con el primer polvo: no tienes ni idea de lo que estás haciendo, pero se trata de algo de lo más emocionante), sus primeros pasos en el mundo del comercio de armas, la incipiente de drogadicción de su hermano Vitaly, su llegada a la jet set del tráfico armamentístico, la caída del Muro y la apertura del arsenal soviético a explotadores y especuladores ("el mayor atraco de la historia"), la consecución de su sueño primerizo de casarse con la modelo Ava Fontaine... y su descenso dantesco personal.
Posiblemente, este repaso sarcástico e irónico del estado actual (y perenne) del mundo se da cuando, cautivo, sin familia, sin hermano, sin mujer, sin hijo... le explica lo que va a pasar a continaución. Crees que me juzgarán, me condenarán y me pasaré el resto de la vida en la cárcel. Pero dentro de cinco minutos va a venir un alto cargo del ejército y va a utilizar su autoridad superior para que me liberes. Posiblemente te preguntarás por qué. Porque el gobierno me necesita. Puede que trate con algunos de los hombres más crueles, despiadados y sanguinarios del la Tierra, pero algunos de esos hombres son enemigos de nuestros enemigos. Y el gobierno necesita a alguien que sirva comosu mano ejecutora en esta clase de trabajos difíciles, y que pueda dar la cara en los medios si algo sale mal. "Mirad a este hombre. Es malvado. Vende armas a los africanitos subdesarrollados. Acabamos de hacer del mundo un lugar mejor al atraparlo". Y mientras tanto, miles de toneladas de armas se envían a todas las partes del planeta. Soy el coco, soy la imagen del capitalismo. Soy necesario.
Pero claro, alguien bienintencionado y optimista se dirá al salir de la sala de cine que sólo es una película, una visión del mundo. El mundo se puede cambiar. Sólo hay que buscar la iniciativa, la fuerza y la voluntad. Una Humanidad unida puede vencer a sus genes. Podemos pensar en el mañana. Podemos cuidar del planeta, y vovler a hacerlo florido y hermoso, y podemos cuidarlo, y cuidar de nosotros mismos, y desterrar la guerra, la violencia y todos los instintos agresivos que nos dominan y dominan nuestras vidas.
Es como pensar que el títere puede cortar los hilos que le unen al titiritero. Uno no se despierta un día y se deshace del producto de varios millones de años de evolución con un par de pastillas y sonrisitas beatíficas. Este grillete, el que nos une a la animalidad, lo llevaremos hasta el fin de nuestros días.
Do the Evolution, baby.
PD: Y como regalito, la banda sonora recomendada del artículo. Disfruten.
Saludos desde OK Corral.
martes, julio 04, 2006
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