El viernes 7 de Julio de 2006, el corazón de Syd Barrett, uno de los fundadores de Pink Floyd, se paró. Tenía 60 años; las causas de su muerte son todavía oscuras. Sólo tenemos una delaración de sus allegados: "complicaciones debidas a sus diabetes". Nada más; pero aunque supieramos el motivo exacto de su muerte, no evitaríamos el hecho de que ha muerto.
No pienso hacer un texto florido, con elaboradas metáforas ni pirotecnia sintáctica. La muerte no tiene nada de romántica ni merece hacerse simbología con ella. Un proceso natural, nada más, aunque sea desagradable y triste. El más odiado y temido de todos. Por ello, en un obituario no merece la pena mas que hablar de los hechos que rodean al difunto. Hechos, nada más; los juicios se los dejaremos a todos aquellos que se consideren moralmente superiores al cadáver. Ellos saben quienes son.
Roger Keith Barrett nació el 6 de Enero de 1946 en Cambridge, Inglaterra, dentro de una familia de clase media que le animó a expresarse musicalmente desde su más tierna juventud. Su sobrenombre, Syd, provenía de un antiguo batería de su ciudad natal, apellidado igualmente Barrett. A los 11 años, su padre murió repentinamente; este trágico hecho le marcó toda su vida. Muchos dicen que sus posteriores complicaciones mentales nacieron de dicha pérdida.
En 1965, formó junto a sus amigos Roger Waters, Richard Wright y Nicholas Mason un grupo. Lo llamó Pink Floyd; el nombre había surgido de la unión de los nombres propios de Pink Anderson y Floyd Council, dos cantantes de blues. Esto puede dar una idea de hacia dónde irían los tiros de la nueva banda: una ecléctica mazcolanza donde el jazz, el blues, y la psicodelia más tortuosa se daban de la mano. "The Piper at the Gates of Dawn", álbum debut, entró directamente en el puesto #6 del Top Ten británico. Sin embargo, debido a ese súbito éxito, las responsabilidades, el ritmo de trabajo, las giras, y sobre todo, su más que abuso del ácido lisérgico, la olla a presión de su cordura reventó, haciéndo su estancia en la banda inviable. Sus arrebatos psicóticos entraban en un variado espectro, desde dejar de tocar en mitad de un concierto espontáneamente, o encerrarse en su camerino con la mirada perdida mientras el resto de la banda esperaba para comenzar el concierto. A pesar de la renuencia que su amistad provocaba en el resto de la banda, el comportamiento esquizoide de Barrett llevó a buscar el apoyo de David Gilmour, un viejo amigo de Syd, como guitarra suplente, y en última instancia, como sustituto de Barrett. Esto ocurriría en enero de 1968.
Durante unos años, en concreto hasta 1972 estuvo realizando trabajos en solitario; tan errático como en su etapa con Pink Floyd, durante esa etapa dos únicos albumes vieron la luz: "The Madcap Laughs" y "Barrett".
Tras eso, y diversos -y fallidos- intentos para recuperar la chispa (nuevo grupo, vuelta al trabajo en estudio, etc), dejó definitivamente la música. Volvió con su madre y su hermana a su Cambridge natal, donde se dedicó a la pintura, una de sus principales expresiones artísticas, a la jardinería, y en general a llevar una vida tranquila y sigilosa. Rehuía visitas, escapaba de la presencia de fans y reporteros y no quería saber nada sobre su anterior vida como músico. Renegado total, vivió hasta su muerte de manera discreta y recogida.
La última gran historia que surgió de su peculiar y acelerada existencia (una carrera condensada en diez años, seguida de una jubilación autoimpuesta, casi una condena a prisión para el resto de su vida) fue durante la grabación del disco "Wish You Were Here", la elevación nostálgica de un grupo de amigos añorantes que echaban de menos su presencia. Un individuo adiposo, totalmente lampiño (se había afeitado hasta las cejas) se presentó en los estudios Abbey Road durante la grabación de "Shine On You Crazy Diamond". Al principio, nadie lo reconoció; los integrantes de la banda tardaron en reconocer a su antiguo amigo. Syd Barrett había vuelto al seno de la banda que creó y le vio partir. La impresión de siete años de ausencia y lo que le habían hecho a Barrett fue demasiado para los músicos. Todos rompieron a llorar como bebés, incluido el habitualmente pintado como comeniños Roger Waters. Fue el último gran momento que el mundo recordaría de Syd Barrett, el homenajeado planeando como un ave de remordimientos sobre los homenajeadores. No resulta difícil encontrar conexiones místicas en el hecho, karma personificado que venía a recordar los propios pecados que buscaban expurgar. Sin embargo, todo eso se quedará en el ámbito de la divagación sobreanalizada.
A día de hoy, casi hace dos semanas que Syd Barrett murió. El mundo sigue, nada va a cambiar. Sólo podemos esperar que el artesano cósmico sea recordado lo suficiente como para que la gente no olvide que, un día, un británico de Cambridge decidió junto con sus amigos comenzar una revolución musical que cuarenta años después sigue haciendo vibrar a millones de personas.
Descanse en paz, Roger Keith Barrett.
Saludos desde OK Corral.
(Artículo cortesía de La Petite Claudine -que me comunicó la noticia- y la Wikipedia.)
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