jueves, febrero 01, 2007

Pynchon-ism

(Música del Día: Autechre - Xylin Room).

Hace mes y medio, más o menos cuando este servidor de ustedes dejó colgado este blog (la desidia es muy mala consejera. Mark my words), algo mágico ocurrió en mi vida. Entró una persona en mi vida. No, no es lo que ustedes se piensan: para mi pesadumbre, sigo soltero. En realidad, ni siquiera se puede decir que entrara de una manera física, algo muy común en la sociedad desligada y globalizada que contribuimos a crear. Tampoco se puede decir que lo conozco (y dudo que nadie salvo los muy allegados a su persona lleguen a conocerlo jamás). Digámoslo ya, ha entrado en mi vida en forma de sus hijos. Su progenie. Sus libros.

Thomas Ruggles Pynchon Jr. ha tenido el honor de convertirse en mi descubrimiento literario del 2006, a menos de un mes de su deceso y óbito permanente. ¿O he sido yo el poseedor del honor? ¿No he sido yo el que más he obtenido en la relación, más satisfacción y más maravillas, que el nebuloso conocimiento de que hay alguien más, ahí fuera, que ha quedado mesmerizado con el mismo kinetoscopio antiguo y oxidado de tinta y papel que lleva proyectando sombras en el interior de nuestra mente desde el comienzo de la Historia, uno más en la lista? No importa. Un debate así sería infructuoso y nunca llevaría a ninguna conclusión tangible. La cuestión es que yo también he caído en sus redes.

Definir a Pynchon sería un trabajo arduo. Como una personalidad antitética o dual de los escritores que se modelan a sí mismos una personalidad aparejada de sus excentricidades, de sus peculiaridades o del volumen de sus exabruptos (especialmente de ese grupo en España no estamos mal surtidos), Pynchon nos transmite el conocimiento de su persona a través del grito de su silencio, de la carencia de tangibilidad. La búsqueda de datos sobre su persona pronto se transforma en una cacería de entelequias reflejadas en un espejo invisible. No existen fotos ni datos de su vida privada de después de 1967; las fotos que hay de él son de su servicio e la Marina. De hace 50 años. Según los hechos y aforismos que rodean a un hombre desaparecen, la imagen de él se deconstruye, hasta quedar en los huesos. En este caso estos huesos están forrados de las páginas de sus escritos: caóticos, traviesos, esquizofrénicos, bipolares, dicotómicos, tricotómicos y multicotómicos. La escritura de Pynchon es aparentemente aleatoria, engañosamente dispersa. Parece nutrida del caldo primigenio anterior a la forma de la materia, y así se muestra: como un caleidoscopio de palabras obscenas, encuentros delirantes y pausas trepidantes. No es muy difícil desdeñarla por carecer de sentido o aparentar ser los delirios balbucenates de un loco, pero cualquiera que se quede fascinado por su prosa hipnótica y juguetona atisbara a diferentes niveles la comprensión de la existencia de un misterio envuelto en un enigma, el nucleotido subyacente de este cadáver bailarín que hace malabares con las concepciones prejuzgadas del lector y, como un prestidigitador especialmente habilidoso, las hace desaparecer en un rincón de sus mangas.

No es un autor de argumentos, ni de personajes. Sus argumentos, en caso de haberlos, son una mera excusa para hilvanar media docena de delirantes hilos conductores, engarzados de un complejo entramado de personajes, marionetas enfundadas en la pluma de Pynchon. Tridimensionales, pero marionetas al fin y al cabo: su integridad no camufla el vacío infrasestructural. Son los pistones que empujan, aplastan y degluten al verdadero protagonista de la trama: el caos. Una presencia omnipotente, omnipresente y virtualmente indestructible, en todas sus facetas. Caos Onírico, Caos Destructor, Caos Benévolo. Sus párrafos se ven inundados por referencias a todo y a todos, cultura pop, intelectualidad, cine, escatología. Al igual que en su hermana mayor, la monstruosa, inabarcable, lo más cercano a un colapsar en formato bibliográfico, la mastodóntica Ulysses, del irlandés James Joyce (y a la que un día le echaré, con todo el valor que pueda reunir, el lazo), la prosa de Pynchon está repleta de ese stream of conciousness, esa concatenación en tiempo real de los pensamientos e interioridades de los personajes, y de guiños a toda clase de demostración cultural. En Pynchon también se ejemplifica el proceso típicamente posmoderno de desmantelar los postulados culturales imperantes hasta el momento y barajarlos como si de unos naipes se tratasen, poníendolos en solfa a cada paso. A cada página un género, a cada párrafo una nueva hibridación. Surrealismo escatológico, ciencia ficción de época, drama bélico romántico. En un entorno carente de tiempo y de espacio como es el de sus novelas (dentro de la misma sentencia, puedes pasar de estar en la Segunda Guerra Mundial a visitar los pasos de celacanto de una familia recién arribada a las costas norteamericanas en el siglo XVIII, después de lo cual bien podemos realizar un tour guiado por un laboratorio en Japón que parece haber sido aplastado por la inmisericorde zarpa de Godzilla), donde todo forma un remolino caleidoscópico, seductor, el lector acaba formando parte de ese circo maníaco, intrascendente y aparentemente surreal que Pynchon construye alrededor de algo muy cercano al lector: de todo su corpus cultural. De lo que le hace humano.

Recomendar a Pynchon es una hoja de doble filo. Se trata de un acto demasiado personal, íntimo, como para esperar que su aliteración emocional en otros individuos sea fructuosa. Simplemente, podría decirles que lo paladearan, para que comprobaran si digo la verdad, o no. Sólo así verán si la marca de Pynchon encontrará otra mente donde plasmarse, o no.

Saludos desde OK Corral.

1 comentario:

Raven dijo...

... y diría que ese es mi más pedante texto ever. Necesito una buena dosis de best-sellers descerebrados YA.