(
¡AVISO! Este texto está rellenito de spoilers y demás fauna indeseable. Si no has visto Jigoku Shoujo, o tienes planeado verla, es muy poco recomendable que lo leas.)
Música del día:
Twisted Sister - Burn in Hell¿Odias a alguien? ¿Lo detestas? ¿Desearías verle sufrir? Si es así, entra en jigokutsushin.net al filo de la medianoche y haz tu deseo realidad... al precio de tu alma.
Jigoku Shoujo es un anime realizado entre 2005 y 2006 por el Studio Deen (que, entre otras cosas, ha realizado
Estás Arrestado, las OVA´s de
Ranma 1/2 y
Read or Die y -oh my gosh- la "película"
El huevo del Ángel [
Tenshi no Tamago, aquí]). La serie, compuesta de dos temporadas,
Jigoku Shoujo y
Jigoku Shoujo Futakomori, narra las vivencias de Enma Ai, una entidad sobrenatural que se venga por aquellos que no pueden hacerlo. Ayudada por otros tres espíritus -Honne Onna, una hermosa mujer; Ichimoku Ren, un joven apuesto y descarado; y Wanyuudô, un anciano calvo y de rostro risueño-, Ai se encarga de llevar a cabo las venganzas de sus clientes. La cosa funciona así: si te introduces a las doce en punto de la noche e introduces el nombre de aquel al que odias, Ai lo enviará instantáneamente al infierno. Por contra, una vez mueras tú también irás irremisiblemente al infierno. A partir de ahí, la decisión es tuya.
La serie, adoptando -y abusando, lo cual a la postre se convertirá en uno de sus mayores hándicaps- esta sencilla estructura de abuso-incremento del abuso-desesperación-intervención de Ai-epílogo, presenta así una plétora de situaciones y personajes que, trazados en sus líneas más elementales -no da para mucho en 20 minutos-, sirven para construir un drama efectivo y sólido, preparado para que empaticemos con la víctima y deploremos al agresor. La variedad de situaciones presentadas -amores rotos, engaños políticos, asesinatos encubiertos, asaltos, chantajes...- asegura que una gran parte del espectro humano quedará cubierta. Por contra, la continua reiteración en esa estructura fija -lo comenté antes-, provoca la seguridad de que el pobre agredido esperará hasta el límite de lo intolerable la situación que le llevó a pedir la ayuda de Ai. No es para menos, teniendo en cuenta el alto precio a pagar.
No importa. En última instancia, es el elemento dramático el que nos sigue arrastrando a ver semana tras semana el obligatorio capítulo. Esas
set-pieces de sadismo calculado que llevan a una única e inevitable conclusión, y en más de una ocasión, una conclusión que no soluciona el problema -ya en el enfangado terreno de lo irresoluble-, sino que tan solo trae algo de paz de espíritu al que decidió empeñar su futuro. Una paz, en última instancia, pasajera, pues todo el que solicita el servicio tiene la certeza de que en la última estación del trayecto su torturador les esperará de nuevo.
El Japón que muestra
Jigoku Shoujo es una sociedad cruel y árida. Con la excusa de la dinámica acosado/ acosador, se examinan y se cuestionan duramente muchos de los supuestos de la sociedad japonesa. En última instancia, se habla de problemas que aquejan al conjunto del género humano. Arribismo, desengaños políticos, mercadeo carnal... La conclusión clara es que el ser humano es malvado, posesivo y violento por naturaleza y el Correo del Infierno se creó como válvula de escape para esa iniquidad. Especialmente amargas son las reflexiones de Wanyuudô, cuando comenta algunos de dichos comportamientos. Esta crítica tiene un halo ciertamente conservador, al venir de mano del típico anciano un tanto gruñón que se queja de las luces deslumbrantes y de los fugaces coches de la gran ciudad, pero no por ello deja de ser menos acertada. Obviamente, siempre queda el resquicio de esperanza de las buenas personas, pero en muchos casos esa clase de personas solo están ahí para ser abusadas. En el fondo, lo que prima es la naturaleza de la Bestia.
Otra de las grandes virtudes de la serie es su magnífica ambientación. Esta ambientación trabaja conjuntamente en dos sectores: el de animación y el de diseño. En cuanto al primero, nada que objetar. La animación es fluida y perfectamente realizada, con tintes preciosistas -la casa donde vive Ai, enclavada en un perpetuo crepúsculo, parece recién sacada de un cuadro de Monet-. Los movimientos de los personajes son creíbles, y el trazo es fino y delicado, dejando oportunidad para detalles que enriquezcan el acabado general de la imagen. Si acaso, podríamos quejarnos de la manía de los ojos como puños que aqueja a muchos de los mangakas actuales, y este caso no es diferente: para una obra de horror, resalta negativamente. También se podría haber acompañado de algo más de oscurantismo visual. Su exacerbado "realismo" a veces trabaja en contra de la atmósfera, por lo demás ricamente elaborada. Pero donde realmente resalta
Jigoku Shoujo es en el diseño. Tanto en el diseño de personajes como en el resto. Los personajes, a pesar de poseer un, ya lo hemos comentado, ánimo más "realista" que otras obras (sin llegar a los excesos de un
Boogiepop Phantom o un
Jin Roh), son fácilmente reconocibles entre sí y en muchos casos tienen una personalidad discernible. Resalta especialmente el diseño de Ai, una preciosidad imperturbable de largo cabello negro, ojos rojos y palidez marmólea, fuertemente influida por el movimiento
gothic lolita (de hecho, los creadores hacen sana mofa de esa misma influencia en uno de los capítulos, en los que un peculiar chico con poderes transforma a Ai en una perfecta sosias de la groupie visual típica), aunque tampoco se queda atrás el del resto de los personajes. Pero personalmente me quedo con el diseño del mundo donde se desarrolla la acción. Aunque aparente la trama sea una reformulación más de la tecnofobia militante de la que hace gala el terror nipón de unos años a esta parte, con un medio tecnológico (en este caso el Internete) como llave a un mundo de espanto y pavor, visualmente entronca en raíces mucho más tradicionales del folklore japonés. Los episodios están llenos de yôkai, objetos con conciencia propia, kimonos, carros llameantes, y evocan de manera innegable el espíritu del ukiyo-e y el grabado japonés, prolífico en imágenes de pesadilla y estampas infernales. Rescatando el espíritu, más arcaico pero más auténtico del
kwaidan o cuento fantastico añejo y de las películas de Nobuo Nakagawa y demás cultivadores de un horror netamente japonés, la serie presenta imágenes de esqueletos, pozos de sangre, y deformaciones a caballo entre un ambiente onírico y surrealista, sobre todo en las secuencias donde los cuatro espíritus juzgan y echan en cara los pecados del agresor, sean imaginarios o no.
Porque esa es otra. Las peticiones atendidas por Ai no tienen por qué ser sensatas, razonables o justificadas. Hasta el octavo capítulo, todo se desarrolla en campos del maniqueísmo más ortodoxo. El que va al infierno, se lo merece. Es un hijoputa. Punto final. Sin embargo, paulatinamente la figura del periodista y padre -un tanto desastroso en ambos campos- Hajime Shibata, aportará algo de ambigüedad moral -no mucha, los cambios radicales en este campo se producirán sobre todo en
Futakomori- a la trama. Escéptico al principio, luego comprendiendo las terribles implicaciones del Correo del Infierno, se embarcará en una cruzada personal -aquí "
personal" adquiere connotaciones más íntimas de lo que en un principio da a entender- por acabar con el Correo. Es un hombre adulto, con complejidad adulta, el cual difumina la ilusión adolescente en la que se basa gran parte de la trama, aquello que postula que todos los que van al infierno en la serie es por razones justificadas. La ordalía de Shibata tiene raíces muy antiguas, al igual que su relación con Jigoku Shoujo. Sin saberlo, es antepasado de un campesino que conoció a la Ai humana. Más bien, se
enamoró de ella. El único amigo de una chica marginada y tachada de maldita en una miserable aldea, el antepasado de Shibata la ocultó y la protegió durante años cuando esa chica fue designada como sacrificio para el Dios de la Montaña. Eventualmente, fueron descubiertos; en una escena difícil de olvidar, el pueblo al completo, toda la manada de buitres ignorantes y aterrizados, obligan a Sentarô a enterrar viva a Ai y a sus padres. Es una imagen memorable, una auténtica ensalada emocional donde se dan encuentro el miedo a lo desconocido, lo más deplorable del "comportamiento-colmena" (velemos por el grupo, jodamos al individuo), y el amor traicionado. Tras el ritual, Ai vuelve, para encargarse de sus asesinos. El infierno la condenará a ser Jigoku Shoujo por ello. Obviamente, cuando los recuerdos reprimidos vuelvan y reconozca a Shibata y su joven hija Tsugumi, la ira de Ai no tardará en desatarse, en un final convenientemente apocalítptico y emotivo.
Jigoku Shoujo Futakomori, la segunda temporada, es una mejora exponencial en un material de gran calidad, aunque innegablemente mejorable. En todos los aspectos: el técnico -es sorprendente lo que llega hacer la animación- y el argumental. Los creadores, percatándose del desgaste que la estructura básica de la serie tenía en sus últimas instancias antes del explosivo final (obviando, cómo no, aquellos capítulos sueltos sin estructura clónica, de largo lo mejor de la primera temporada junto con el final), decidieron tirar la casa por la ventana junto con las ansias reiterativas. Rayando en ocasiones lo psicotrónico, y lo forzado, la riqueza argumental de cada capítulo suelto se eleva al máximo. Se relativiza al completo la figura de Ai, marcándola con una etiqueta de clara amoralidad, mientras lleva al infierno a personas no completamente malas e incluso simpáticas. También conocemos por fin el origen de los carismáticos
sidekicks de Ai; hijos, como no se podría esperar otra cosa, del mismo desengaño, el odio y la inquina que creó el Correo del Infierno. También se añadirá un nuevo y misterioso personaje, Kikuri, una malévola niña que parece disfrutar sembrando el caos y a la que sólo Ai parece poder controlar.
Si alguna pega se puede sacar a esta, por otro lado, excelente temporada, es precisamente esa excesiva insistencia en el capítulo
standalone. Le falta una metatrama que cohesione todo el transcurrir de la temporada, algo similar a la presencia de Hajime y Tsugumi en la primera, defecto que ha demostrado ser el talón de Aquiles de muchas series (
The Dresden Files me viene precisamente a la cabeza). A pesar de los apetitosos bocados que paladeamos en ocasiones, al final se desea un plato algo más consistente, por así decirlo.
Esa consistencia llega, precisamente, en los últimos seis capítulos. Como si de un descarrilamiento furibundo se tratase, se condensa en esos seis capítulos todos los sentimientos desatados de los que hacía gala el final de la primera temporada, en una dosis rápida y furiosa. Retomando uno de los capítulos más malencarados de toda la temporada, en el que un niño veía como un acosador desconocido iba destruyendo paulatinamente a su familia, el final de temporada, casi una película por sí solo, nos vuelve a sumergir en la dinámica de envidias, rencores y resquemores de un microcosmos cerrado y desencantado, derivando en un "apocalipsis de clase media" de aires muy ballardianos. En este contexto, los ecos del pasado de Ai vuelven a manos de Takuma Kurebayashi, un infortunado muchacho del cual la gente del pueblo abusa sin razón. Sólo el sacrificio de Ai por Takuma acaba cerrando el ciclo autodestructivo del pueblo y acaba con el calvario tanto del chico como de Ai y su familia, mantenida como rehén durante 400 años por el Señor del infierno, un seguro para certificar que Ai cumpliera su trabajo. Sin embargo, eso no significa la desaparición del Correo del Infierno...
Tal vez haya sido excesivo con las alabanzas. Tal vez haya sobreanalizado la importancia de la serie. Lo más probable es que en realidad sólo haya un par de verdades tras el entusiasmado discurso, y que incluso el recuerdo de la serie se vaya diluyendo con el tiempo. No importa. Esta es la crítica que el cuerpo me pedía hacer tras el apoteósico final, la crítica de una serie escalofriante, hermosa, estética, bella, esperanzadora por momentos, y que incluso se atreve a ser épica en su pequeñez.
Saludos desde OK Corral.