domingo, noviembre 20, 2005

La Llegada del Forastero

"El viento trajo al Forastero.

El pueblo venía sufriendo la peor tormenta de arena de su corta historia. Una nube de arena, densa y amplia, se había tragado la pequeña comunidad desde hacia semanas. Nadie había tenido contacto con el exterior desde que empezó la tormenta, y desde el alba hasta el ocaso, los temerosos ciudadanos de la localidad solo podían ver un cielo en constante estado de ebullición, grandes masas moradas, marrones y grises de nubes de tormenta, salpimentadas por los granulosos seudópodos de la tormenta de arena. Las estructuras de madera se veían sometidas a grandes tensiones, y mucha gente temía que si la tormenta continuaba, el pueblo desapareciera, devorado por los elementos.

Fue decimoquinto día de tormenta cuando llegó. La mayoría de la gente del pueblo se hallaba reunida en el "saloon", tratando de ahogar con whisky el susurro sibilante del viento introduciéndose por las grietas de la estructura. Un silencio sepulcral pesaba sobre la sala, tiempo atrás vibrante por las alegres tonadillas del piano, las descaradas coreografías de las vedettes, y las juergas monumentales montadas por los vaqueros llevando el ganado en dirección a California, juergas en las que nunca faltaban ni las putas ni el alcohol. Ahora, el alcohol estaba acabándose, y las putas se quedaban en el piso superior de la taberna, aburridas por la falta de trabajo.

Un sonido creciente de pisadas surgió de entre el monocorde agudo del viento. Pisadas pausadas, rítmicas, no la nerviosa carera de un parroquiano buscando refugio ante la ira desatada de la Naturaleza, sino casi una señal de descaro ante la magnitud del fenómeno. Todos los ocupantes de la sala se giraron, nerviosos. En la puerta se erguía un hombre. Tenía todas las pintas de un viajero nómada, enfundado en un polvoriento gabán, conjuntado con un ajado sombrero de cuero. Llevaba un gran macuto a la espalda, y un largo y nudoso cayado, aún más alto que su considerable estatura, del cual colgaban innumerables collares y amuletos de intrincado diseño. Lo más peculiar de su vestimenta, eran unas gafas ahumadas que tapaban sus ojos. Alguno de los clientes había visto antes unas gafas similares, llevadas por los chinos que trabajaban en la construcción del ferrocarril transcontinental. A pesar de toda la quincallería que portaba, el hombre dejaba ver una constitución delgada, con pómulos hundidos, casi cadavéricos. Pelo largo y arenoso, guardapolvos marrón, sombrero marrón... parecía un ser formado del mismo material que la tormenta.

Se sentó en un taburete, enfrente de la barra. -Whisky. Doble.- ladró con una voz baja y cavernosa. El camarero le preparó su bebida con un leve asentimiento. Media docena de hombres de aspecto patibulario se levantaron de sus asientos. Con ellos, enfundado en un traje negro como el de la propia Muerte, iba el Sheriff del pueblo. En un pueblo como ese, apartado, solitario, y que atravesaba una crisis, los forasteros no eran bien recibidos. Además, había algo en aquel hombre que inquietaba a la población como si un hálito de condenación le persiguiera.

- ¿Le gusta el whisky?- preguntó con voz atronadora el Sheriff.El forastero no contestó.

- Bien, pues le diré algo que a nosotros no nos gusta. Los forasteros. Como usted.

Indiferente a las palabras del sheriff, el extraño siguió bebiendo de su vaso sin inmutarse.

- Usted sabrá. En un pueblo tan aislado como este, no sería normal que alguien pudiera sufrir un terrible...

No acabó la frase. El extraño se giró y bajó su par de anteojos. Los ojos presagiaban violencia, una violencia que no se pondría del lado de los atacantes. Eran afilados, fríos y sobre todo, gozaban de una determinación que la pandilla de desharrapados que le rodeaban no sería capaz de quebrantar en toda su vida. El sheriff retrocedió, asustado.

- Solo estoy de paso.

Mientras tanto, en la calle, el viento no dejaba de rugir"

1 comentario:

Anónimo dijo...

ummmm es tuyo? jajajaja ya te he dicho en alguna ocasión que me gusta cómo escribes...y aprovechando la coyuntura, pues nada, saludito y acto de presencia que nunca viene mal...seguiré leyendo
Besos
Jeidi (con J)