lunes, julio 23, 2007

Un pájaro

(Música del día: Vangelis - La Petite Fille de la Mer)

Te voy a contar una historia. Una historia de cuando trabajaba en el periódico. ¿Te acuerdas, verdad?

Yo era el encargado de la sección de sucesos. Nunca te lo dije. La verdad, me daba un tanto de vergüenza. Muertes estrafalarias, decesos rocambolescos, en fín. Distribuía a mis subalternos por los focos de morbosidad de la ciudad, un poco como un campesino siembra las semillas de lo que luego espera cosechar. Yo mismo me dedicaba a finalizar el trabajo al que el equipo era incapaz de llegar. Solía escribir con bastante asiduidad. En una ciudad grande la afluencia de crímenes sórdidos e incidencias violentas es algo como una corriente de piedra, aplastante e imparable, y sobre todo constante. Me tomaba mi trabajo con bastante indiferencia. Hechos y sólo hechos, era la mercancía que vendíamos. Nada de personalizar. Quién ha muerto. Dónde. Cómo. Por qué. Era en el porqué donde residían los bocaditos más jugosos, servidos con mimo profesional para deleite de los lectores. El diablo está en los detalles, dicen. Bueno, pues es verdad. Fulanito ha sido asesinado, blablabla, su cuerpo se ha encontrado en tal sitio, yaddayadda. Ah, y ha sido su mujer por motivos pasionales. Al parecer el pobre cabrón le ponía los cuernos con con una fulana quince años menor que él. Curioso, ¿no?

Un dia, volviendo del trabajo, me tropecé en la calle con un pájaro muerto. Era muy hermoso, y muy triste. De hecho, verlo ahí, en el suelo, me pareció lo más triste de mi vida. Estaba tirado, ladeado sobre los adoquines. Un guacamayo, un loro a medio crecer, un periquito; algun pájaro exótico de los que los turistas compran cuando visitan algún paraíso virgen. Era una explosión de colores. Haberlo visto volar tendría que haber sido como ver un caleidoscopio con alas, flameando en mitad del cielo, con una cualidad refulgente radiante de vida. Tenía una ala medio extendida, colocada sobre su cuerpecito rechoncho, a medio camino de su cabeza. Eso y sus ojillos cerrados le daban el aspecto ensoñador de durmiente reciente. Un gesto muy humano, en un pequeño pajarillo.

Lo estuve mirando un rato largo. Después, pasé de largo. Al llegar a mi casa creo que lloré. No estoy muy seguro.

Al día siguiente, pedí mi dimisión inmediata. Por alguna razón, me resultaba inconcebible escribir sobre desgracias ajenas pensando en un pájaro muerto.

2 comentarios:

Ikari dijo...

Vuelves con un relato de calidad. No esperaba menos.

¡Un saludo!

Anónimo dijo...

Brillante!!