Sin embargo, siempre han existido individuos que, ignorando ese sentimiento visceral que en las partes más agrestes y salvajes de nuestro subcosnciente nos advierte del horror que nos espera si traspasamos ese delicado velo que nos protege del vacío, han mirado la pálida luz que llega de las estrellas y más allá. La locura o incluso el dulce olvido que provoca la muerte ha acompañado a esos seres temerarios e insensatos a lo largo de sus esporádicas apariciones en la historia; sin embargo, aún siendo terribles sus innombrables periplos a través del nicho oscuro que se agazapa tras el telón de la razón, más terrible es el hecho que, como si de un infame foco vírico se tratase, dejaron un rastro de miguitas que llevan a más y más hombres incautos a su mismo aciago destino. Gente como el mil veces maldito Abdul Alhazred, el Árabe Loco, escritor del grotesco "Necronomicon", que dejó al mundo ese compendio de maldades inenarrables, entre las que se encontraba uno de los escasos retratos fidedignos de la terrible y grandiosa Irem la Magnífica, la Ciudad de los Mil Pilares. Gente como Friedrich von Juntz. ¡Insensato loco! Tras una vida de viajes y descubrimientos blasfemos, recopilados en el negro "Unaussprechlichen Kulten", murió con el horror pintado en su rostro, en una habitación sellada y clausurada, con los cardenales provocados por las férreas garras que lo asesinaron aún marcados en su cuello. Así, conocimientos que no tienen cabida en nuestra pobre y simiesca psique se niegan a desaparecer de la superficie de esta infausta mota de polvo sobre la que navegamos en el vacío estelar.
Desgraciadamente para muchos hombres honestos, este saber no les llega únicamente a los que lo buscan activamente, sino también a muchos incautos sin ninguna relación con todo este horror que repta bajo nuestra ilusión de estabilidad y seguridad. Si la tragedia de aquellos imprudentes que persiguen al tigre en su territorio resulta lamentable, aún más resulta la de aquellos que reciben dicha desgracia caída del cielo, como lanzada por un arbitrario demiurgo que encuentra la diversión en el sufrimiento de las hormigas que observa con diversión y crueldad infantiles. Mi amigo Martin Chalmers, investigador de seguros para una pequeña compañía de Arkham fue uno de esos hombres. Y yo, Francis Winfield, destinatario y albacea de su última voluntad y testamento, sólo puedo rogar a Dios, si es que hay alguna clase de Dios que escuche mis pobres ruegos bajo este cielo que ya nunca más me resultará seguro ni tranquilizador, que nunca más se vuelva a acercar el horror que destruyó a mi mejor amigo y me provoca pesadillas desde entonces.
(continuará...)
1 comentario:
Muy bueno, sí señor.
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